Hoy este blog es una descarga personal. Esta entrada es un deseo sin restricciones.
Suena a utopía desactualizada, a infantilismo si se quiere. Pero es mejor hoy, cuando los recuerdos de una vida en comunidad perviven, que mañana, cuando el abismo nos haya transformado para siempre.
Para muchos, ser quilmeño es una ideología. Artistas, historiadores, políticos. Panaderos, textiles, jubilados. Todos nos podemos unir en un sentimiento que nos abraza, más allá de condiciones sociales, inclinaciones culturales o preferencias políticas.
Alguna vez nuestra Quilmes nos encontró tirando para el mismo lado, juntos y la fuerza fue arrolladora: Éramos la envidia y el ejemplo de nuestros vecinos de acá y más allá. Fuimos el primer balneario argentino y poderosa ciudad industrial. Fuimos el resultado de un implante y morada de miles de inmigrantes.
Hace tiempo que andamos cabizbajos, anodinos parece. Como si lo que supimos y pudimos ser no encontrara eslabón en el presente. Como si la globalización o, más precisamente, la metropolización, hubiera limado nuestro ser.
Los lugares persisten, el diálogo no se ha roto por completo. Las nuevas tecnologías que nos dispersan nos pueden congruir. Ser quilmeño sigue siendo posible y necesario.
Este es un llamado del sentimiento, no una necesidad política o, menos, comercial. ¿Habrá oidos para ser escuchada?
La incógnita persiste mientras el presente representa a tudas luces la decadencia de un lugar que merece un futuro grande, porque está todo, porque más de medio millón de almas merecen salir de la ignominia de no poder compartir una causa, más allá de los deseos, más cerca de las necesidades, directamente a los sueños.
Con solo sincerarnos, darnos cuenta que lo que nos separa son solo intereses sectoriales o particulares, habremos empezado. Mientras tanto nos seguirá comiendo el ogro de la furia, la ciudad del forcejeo. Alguna vez nos cansaremos de hablar mal de gobernantes y tendremos que dejar la pasiva comodidad de nuestras casas.
Quilmeños, reaccionemos.
En algún lugar, a alguna hora, habremos de empezar a cambiar. Yo al menos, trataré de estar presente.
Gustavo Llusá.
Suena a utopía desactualizada, a infantilismo si se quiere. Pero es mejor hoy, cuando los recuerdos de una vida en comunidad perviven, que mañana, cuando el abismo nos haya transformado para siempre.
Para muchos, ser quilmeño es una ideología. Artistas, historiadores, políticos. Panaderos, textiles, jubilados. Todos nos podemos unir en un sentimiento que nos abraza, más allá de condiciones sociales, inclinaciones culturales o preferencias políticas.
Alguna vez nuestra Quilmes nos encontró tirando para el mismo lado, juntos y la fuerza fue arrolladora: Éramos la envidia y el ejemplo de nuestros vecinos de acá y más allá. Fuimos el primer balneario argentino y poderosa ciudad industrial. Fuimos el resultado de un implante y morada de miles de inmigrantes.
Hace tiempo que andamos cabizbajos, anodinos parece. Como si lo que supimos y pudimos ser no encontrara eslabón en el presente. Como si la globalización o, más precisamente, la metropolización, hubiera limado nuestro ser.
Los lugares persisten, el diálogo no se ha roto por completo. Las nuevas tecnologías que nos dispersan nos pueden congruir. Ser quilmeño sigue siendo posible y necesario.
Este es un llamado del sentimiento, no una necesidad política o, menos, comercial. ¿Habrá oidos para ser escuchada?
La incógnita persiste mientras el presente representa a tudas luces la decadencia de un lugar que merece un futuro grande, porque está todo, porque más de medio millón de almas merecen salir de la ignominia de no poder compartir una causa, más allá de los deseos, más cerca de las necesidades, directamente a los sueños.
Con solo sincerarnos, darnos cuenta que lo que nos separa son solo intereses sectoriales o particulares, habremos empezado. Mientras tanto nos seguirá comiendo el ogro de la furia, la ciudad del forcejeo. Alguna vez nos cansaremos de hablar mal de gobernantes y tendremos que dejar la pasiva comodidad de nuestras casas.
Quilmeños, reaccionemos.
En algún lugar, a alguna hora, habremos de empezar a cambiar. Yo al menos, trataré de estar presente.
Gustavo Llusá.