Despilfarrando pinceladas de recuerdos, nos viene desde La Espada del Zorro ésta bocanada de quilmeñidad, nacida de la pluma de Juan Antonio.
El Tren de Aldo...
por Juan Antonio Benavent
El Tren de Aldo...
por Juan Antonio Benavent
La otra noche, a la vera del Mediterráneo me asaltó un sueño de gamas azules y ocres salpicadas de verdor.
El poste de la estación ferroviaria quilmeña estaba tal cual dónde siempre, como los rieles y el tren, llegando, o a punto de partir para volver. Al fondo, se dibujaba el cielo, tan azul y blanco, como la enseña patria que la ciudad recoge en sus colores.
No era ni el más o menos pulcro tren del Ferrocarril Roca, que yo abordé, y del que descendí tantas veces durante treinta años, o el ruinoso y ferrugiento de después; una sombra fantasmal atiborrada de hambrientos y desesperanzados.
Era el de Aldo; Aldo Severi, nacido para mas señas en el barrio de la Boca, y cautivado para siempre por Quilmes, la ciudad donde vivió desde muy pequeño y de la que partió, hace ya cuatro años.
Hoy el maestro cumpliría ochenta y uno. Su tren, concebido en otros lienzos y bocetos con el alma y la paleta, atravesará los siglos venideros, como los célebres e intensos escenarios tangueros que supo plasmar, deleitando y conmoviendo a generaciones viejas y nuevas.
La otra noche, lejos del Río y cerca del Mar, les decía, me subí al tren de Severi, y desde allí arrancó el desfile de los colores típicos de Quilmes y su paisaje; el de las calles y los jardines de mi infancia y la primera juventud. En los vagones, cabía la gente que conocí en los dos perímetros que habité.
Estaban todos. Los residentes, los que se fueron del barrio, del país o de este mundo. Los que como yo, amaron y odiaron, creciendo para ser mejores y no tanto.
Memorar un paisaje sin su gente le resta grandeza al páramo. Y a Quilmes la hizo grande su gente.
La poderosa magia humana de Aldo me adentró una vez más en los recuerdos y vivencias, fundiendo las suyas con las mías.
Un gran artista despierta almas hasta en los sueños.
Y en el mío, envuelto en duermevela de compases de tango y besos robados por las estrellas a la Luna, sentí que de una vez por todas recobraba mi identidad ciudadana, tan maltrecha por mudanzas y viajes.
El tren de Aldo, catálogo de arte mayor y sentimientos plasmados al óleo dignos de una paleta que nutre el Arco Iris, me lleva a bendecir la vida, la amistad y el amor, en la noche o el día.
Tal fue el legado que durante el dormir de mi trajinado músculo y el relativo descanso de la ambición, hizo posible el maestro la otra noche.
Fue, juro, gracias al tren de Aldo, prieto de intensas gamas, con el celeste y blanco del firmamento al fondo, y el poste de una vieja Estación que dice "QUILMES"...
...La que siempre, siempre me aguarda...
El poste de la estación ferroviaria quilmeña estaba tal cual dónde siempre, como los rieles y el tren, llegando, o a punto de partir para volver. Al fondo, se dibujaba el cielo, tan azul y blanco, como la enseña patria que la ciudad recoge en sus colores.
No era ni el más o menos pulcro tren del Ferrocarril Roca, que yo abordé, y del que descendí tantas veces durante treinta años, o el ruinoso y ferrugiento de después; una sombra fantasmal atiborrada de hambrientos y desesperanzados.
Era el de Aldo; Aldo Severi, nacido para mas señas en el barrio de la Boca, y cautivado para siempre por Quilmes, la ciudad donde vivió desde muy pequeño y de la que partió, hace ya cuatro años.
Hoy el maestro cumpliría ochenta y uno. Su tren, concebido en otros lienzos y bocetos con el alma y la paleta, atravesará los siglos venideros, como los célebres e intensos escenarios tangueros que supo plasmar, deleitando y conmoviendo a generaciones viejas y nuevas.
La otra noche, lejos del Río y cerca del Mar, les decía, me subí al tren de Severi, y desde allí arrancó el desfile de los colores típicos de Quilmes y su paisaje; el de las calles y los jardines de mi infancia y la primera juventud. En los vagones, cabía la gente que conocí en los dos perímetros que habité.
Estaban todos. Los residentes, los que se fueron del barrio, del país o de este mundo. Los que como yo, amaron y odiaron, creciendo para ser mejores y no tanto.
Memorar un paisaje sin su gente le resta grandeza al páramo. Y a Quilmes la hizo grande su gente.
La poderosa magia humana de Aldo me adentró una vez más en los recuerdos y vivencias, fundiendo las suyas con las mías.
Un gran artista despierta almas hasta en los sueños.
Y en el mío, envuelto en duermevela de compases de tango y besos robados por las estrellas a la Luna, sentí que de una vez por todas recobraba mi identidad ciudadana, tan maltrecha por mudanzas y viajes.
El tren de Aldo, catálogo de arte mayor y sentimientos plasmados al óleo dignos de una paleta que nutre el Arco Iris, me lleva a bendecir la vida, la amistad y el amor, en la noche o el día.
Tal fue el legado que durante el dormir de mi trajinado músculo y el relativo descanso de la ambición, hizo posible el maestro la otra noche.
Fue, juro, gracias al tren de Aldo, prieto de intensas gamas, con el celeste y blanco del firmamento al fondo, y el poste de una vieja Estación que dice "QUILMES"...
...La que siempre, siempre me aguarda...