Si miramos retrospectivamente, las generaciones que crecieron en el Quilmes de antes de los años 80 hablan de una infancia socializada, de vereda, de club de barrio, de río. También de Rivadavia, que por entonces todavía era el símbolo del progreso. No es intención caer en la nostalgia de lo que ya no es, sino el preguntarnos, hoy, cuales son los itinerarios, las imagenes, los ritos que nos hacen quilmeños. Y la respuesta es atroz. Puede ir desde la contaminacion a la inseguridad, de los carritos de cartoneros a los lomos de burro. Pero esas nociones no se elevan a mitos urbanos sino por la ausencia de verdaderos, significativos. Quilmes no tiene un Parque Central, ni un Teatro, ni siquiera un Monumento que nos referencie.Puede ser que el Río, aun con sus calamidades, sea nuestra última reserva. Ante este panorama, ¿Cómo recomponer?Primero, reconocer y aceptar la situación.
Segundo, apostar a que la idiosincracia del quilmeño subyazca aun bajo tremenda agresión sufrida. Porque si hubiera muerto, ¿de qué recomposicion podríamos hablar?
Tecero, detectar los factores más profundos. Que parecen ser la ruptura de los lazos que caracterizaban cierta homogeneidad cultural, cierta quilmeñidad de la que hasta la forma de hablar, diferenciaba de otras zonas de la misma región metropolitana. Otro factor relativo a este quizas, sea la pérdida de espacios apropiables para la vida en comunidad. La costanera, la peatonal, qué decir de la estación, la cancha del club Quilmes que ya es otra, son espacios que parecen ocupados por actores ajenos, que no pecan por su aparición sino por su no integración. Miradas nostálgicas sobran, pero no aportarán soluciones duraderas. Quilmes jamás volverá a ser el de antes. Pero eso no es de lamentar. La ciudad merece un futuro distinto pero digno, de todas maneras.
Segundo, apostar a que la idiosincracia del quilmeño subyazca aun bajo tremenda agresión sufrida. Porque si hubiera muerto, ¿de qué recomposicion podríamos hablar?
Tecero, detectar los factores más profundos. Que parecen ser la ruptura de los lazos que caracterizaban cierta homogeneidad cultural, cierta quilmeñidad de la que hasta la forma de hablar, diferenciaba de otras zonas de la misma región metropolitana. Otro factor relativo a este quizas, sea la pérdida de espacios apropiables para la vida en comunidad. La costanera, la peatonal, qué decir de la estación, la cancha del club Quilmes que ya es otra, son espacios que parecen ocupados por actores ajenos, que no pecan por su aparición sino por su no integración. Miradas nostálgicas sobran, pero no aportarán soluciones duraderas. Quilmes jamás volverá a ser el de antes. Pero eso no es de lamentar. La ciudad merece un futuro distinto pero digno, de todas maneras.