Lamentablemente, porque las palabras deben reflejar no solo las ideas sino también los sentimientos, Quilmes no logra torcer su ocaso. Ese que se escucha de boca en boca, ese que se ve metro a metro.
Y no es una cuestión semántica. No reacciona. Y si lo hace, no parece hacerlo para bien. Como en un embudo elíptico las ideas, los pareceres, los sueños, chocan siempre con la realidad, como si esta no debiera formar parte de la voluntad, del respeto, del esfuerzo cívico por recuperar el futuro.
Hace una década, una de las cuatro plazas fundacionales era borrada del mapa por una manifestación del brutalismo arquitectónico, disfrazado de post modernidad. Así, la plaza del mercado dejó de ser plaza.
Hoy, convencidos de que no aprendemos lección alguna, en la misma dirección se deja que otra de las plazas emblemáticas, la de la estación, se convierta en un engendro como muestra la imagen inicial, mitad feria, mitad baño. Cualquier cosa menos lo que debería ser, simplemente plaza.
Es un error. La necesidad de espacio público, de visuales, de humanismo que hay en ese punto estratégico de la ciudad, no condice con esta intromisión. Las consecuencias sin embargo, no pesarán sobre nadie en particular, porque las pagaremos entre decenas de miles.
¿En beneficio de que?