
Como en muchos países latinoamericanos, en Ezpeleta hay remises que son compartidos.
Sobre la Calle Honduras hay una agencia de la cual parten hacia la Feria Tinkunaku autos minuto a minuto.

Los autos son generalmente viejos y destartalados, como el Falcon 70 en el que recorrí las 12 cuadras desde la estación. Tienen itinerario fijo y por dos pesos cada uno, lleva hasta cinco pasajeros hasta la Tinkunaku.

Al llegar a la Tinkunaku a través de la Avenida Florencio Varela es posible divisar las típicas y
precarias instalaciones de las ferias mas populosas del Conurbano.

Un ritual casi obligatorio para los visitantes es almorzar en la feria. Hay dos comedores, que se muestran siempre abarrotados. Curiosamente se disponen en un lugar oscuro, casi un claustro de paredes blancas.

En la Tincunaku no todo es venta, tambien hay servicios, como este "zapatero remendón" que se halla a la entrada con su máquina y su oficio. Pese a su corta edad está desde los inicios de la feria.

Es curiosa la costumbre boliviana de exhibir las frutas y verduras en palanganas. Sin embargo es higiénico y
suma una cuota mas de colorido a una feria de por sí multicolor.

El color nuevamente presente.



Improvisada cocina ambulante en un puesto de frituras en las puertas de la feria, al paso, característica.

A mitad de camino entre un cesto de basura con ruedas y una camioneta sucia, la vieja Siam roja permanecerá inmóvil aún cuando los chicos hayan crecido y se pregunten por qué en las entrañas de las barriadas
de Buenos Aires se vuelve a escribir la historia de manera tan diferente.
Producción Gustavo Llusá